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El muro por la ventana

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Aún me faltaban seis meses para nacer, cuando todos hablaban del discípulo del seudoberlinés Kennedy, Mr. Reagan. Para esa época, los dinosaurios se habían descubierto y los planetas tenían colores fosforescentes, y el presidente tenía ganas de echar la Berlinermauer por la ventana con ayuda de un T-Rex, o tragarse a los socialistas con su boca de velocirraptor. Era el 89, a un paso de los noventas, mientras la gente decía que en el 94 sería el fin del mundo y la decadencia de la moda noventera: el pelo corto de las empresarias para sentirse como machorras de las Torres Gemelas y de la Estatua de la Libertad. Pero antes de que yo naciera, Reagan tenía la bilis en el esófago porque le fallaban los cálculos en su cargo (y no solo renales), aunque repetía a cada rato, entre sueños lujuriosos de meter el capitalismo a toda Alemania y en la radio, su frase «Herr Gorbachov, machen Sie dieses Tor auf». Los demás presidentes capitalistas, algunos ya muertos antes que naciera, se burlaban de él porque no podía con Gorbachov que, peor, sabía que estaba en las últimas: no podía guardar su utopía al otro lado del muro. A pesar de las críticas, en muchas ocasiones tomaron café irlandés y americano para abrir el diálogo, mientras las cámaras y los periódicos amarillistas los trataban como homosexuales con helado de fresa y chocolate. A escondidas, dirían los jóvenes. Ya era el 89, tenían más de dos años discutiendo; antes, Roger Waters metió la cuchara en la política y cantó a los berlineses (incluyendo al portavoz) “We don’t need you, education” (o “more control”). Curiosamente, se sintieron con The Wall imaginario y tuvieron la ansiedad de bofetearse al cerdito de Money: lo único que lograron fue escupirle, si acaso, al hociquito. Phill Collins hizo lo mismo y se le ocurrió convertir a toda la población mundial en muñequitos de plastilina, en su Land of Confusion, ohhh sí, jugaba con los de la farándula, hasta el Jackson estuvo involucrado, sin tener por qué, ya que su Thriller no era parte del contexto. Aunque tuviera apenas tres meses de embarazo, mi mamá bailaba conmigo. Quizá de allí tengo náuseas y me muevo en ocasiones como un zombi. Reagan escuchaba la voz de Kennedy  en el plato, diciéndole «Ich bin Berliner und dir?». Salía en portadas de revistas, incluyendo Spiegel que lo citaba: «Er hat den Grund, Herr Gorbachov: wenn Sie wollen, machen dieses Tor auf». Reagan comenzó a tener esquizofrenia por los murmullos de Kennedy, hasta que una noche todos sacaban flores y bailaban con cervezas, tipo Walhalla. Lo bueno es que hacía frío, sino se hubieran encuerado y hubieran gritado “¡actúo como un actor porno del capitalismo!” ¿Y por qué habrían de estar contentos? Porque  ya estaba derribada la Berlinermauer. Pero qué diablos…, vio el desorden, y Gorbachov había sacado las maletas para irse a otro lado, pues de nada servía quedarse. Mi papá dice que cuando cayó el muro, mi madre brincó tanto que se resbaló de las escaleras. Recuerdo bien esos porrazos en mi estado de feto, por eso nací con moretones y contornos moraditos en mis codos. Es que a ella le ilusionó la llegada del 90. Quisieron comprar un pedacito del muro para recordar, además del día de la caída, del seudotriunfo de los Estados Unidos (todavía se creen ser los ganadores de la Guerra Fría), del descubrimiento de los dinosaurios, de la atención psiquiátrica de Reagan y los vendajes de mi madre, el gran quinto aniversario de la muerte de John Lennon. Poquito me acuerdo porque todavía no nacía.

Diana Ferreyra

Fragmento de cuento — (Página 4)

— Claro que ocasionalmente lo piensas: “Hoy voy a morir”, pero no es una idea que permanece más de unos segundos y entonces la dejas marcharse, es así que circula entre los hombres: ligera, exenta y autónoma —. Piensas en tus seres queridos y te tranquiliza saber que están recostados en su cama escuchando la radio o haciendo algo en la cocina; ¿cómo tomarían la noticia?
Emile sacudía de su alrededor el nubarrón de molestos mosquitos que, en la mañana joven y gris de la campiña francesa, buscaban aves o vacas de qué alimentarse.
— También piensas que matarás a alguien. Pero eso es diferente, no te es posible verlo: piensas en el susurro de los grillos y en la corteza rasposa del árbol al que te aferras de espaldas para no ser visto por el hombre que está a unos metros de ti. Piensas en el escandaloso botón de la funda del arma y en la garatusa de la cacha en tu dedo pulgar mientras la arrastras sigilosa hacia afuera, el frío del metal que te recorre la mano y se asienta en tu columna: “No me ha visto, no me ha visto, no me ha visto”; la mirada mental adivinando dónde se encuentra y la primera gota de sudor junto a la ceja, el viento tibio entre los oyameles y sus botas presionando el piso crujiente de hojas secas mientras recoge sus pertenencias de mensajero en su mochila de mensajero.

Juan Manuel Urueta Calderón

Hoy no


Se abre, como una explosión de vomito vital, sobre mí, el cielo azul. Azul como sólo él, como sólo él, azul. Nunca dejo de admirarme de su esplendor, me atrapa, me absorbe.


Muy a su estilo, asoma sus cabellos dorados ese viejo luminoso, ese padre lejano y enorme que me acaricia desde tan lejos, que me sonríe mientras yo, unida a mi madre, avanzo lentamente danzando con el tiempo y con la eternidad de mi belleza, desplazándome cadenciosamente por una aparente inmovilidad, que, como muchas cosas, no es lo que parece.


Soy tan feliz. El viento rosa mi piel tibia y se pierde en él mismo, corre libre sobre mi cuerpo y se aleja, se aleja para jamás regresar; se va y se lleva consigo un poco de mi perfume dulce, disgregándolo por doquier, por las narices y los montes, por las veredas que jamás conoceré, por los confines de mi imaginación, allá donde tal vez están todas mis hermanas abrazando a la vida, mis hermanas que jamás veré, pero que amo con toda mi alma... Con toda mi alma.


Y aquí todo se agita a mi alrededor. Yo me limito a observar las figuras, sus matices; todo se funde en uno mismo, es una gran masa de materia colorida que se contorsiona y se ensambla en paisajes de incomparable hermosura, pero que a la vez contiene un eclecticismo tal que podría descomponerse hasta llegar a esa unidad donde ya no existen los nombres, los tú y los yo, los esto y los aquello. Es delicioso.


El tiempo sigue su marcha, transcurre y se escurre, ocurre. Pero de hecho no es así, el tiempo no existe, todo está pasando y nada más. No, pasando tampoco, estando, siendo, existiendo, eso sí. Estando como lo estoy yo.


Y el viejo risueño avanza sobre mí, y al paso de un rato que jamás pasó, se despide, se va igualmente feliz después de ayudarnos a alimentarnos, después de jugar a las sombras y a los reflejos brillantes, después de aislar un poco el frío que deja su esposa, la reina de plata. Pero la frialdad de ella también es bella, es amor frío, es fragancia oscura y delicada; cuna de sueños y romances.


En fin, disfruto tanto este ciclo eterno, este espiral vertical que rencuentra a Jesucristo con Cristóbal Colón y con un volcán asesino que brotará en un futuro que está ocurriendo ahora mismo. Suena ilógico, incoherente, diferente; no pretendo que me entiendan.


Hoy soy una pequeña flor, espléndida, lindísima y perfecta. Hoy lo soy. Hoy es una palabra que sirve para fragmentar las existencias, para obtener fotografías. Pero el hoy es el ayer y el mañana, el hoy es hoy y es siempre. Hoy también soy una prostituta que sufre y se revuelca en el caos de una vida agónica y sarnosa. Hoy soy la roca que arrojaste sobre el rostro de tu hermano, un hombre como tú. Porque sólo los hombres se arrojan rocas  a sí mismos, sólo ellos escupen sus espejos, se suicidan.


Hoy soy una flor, hoy quiero ser una flor y abrazar la tierra, hoy quiero ser hermosa y feliz, hoy quiero simplemente existir en esta forma, en esta forma en que puedo contemplar todas las demás formas bellas: el sol, la tierra, la noche, las nubes…


Hoy no seré la prostituta. Hoy no.

Mauricio Orozco Vázquez

Canción de cuna para una puta

Una canción para tu deshonra macilenta

Relieve sonoro para la afrenta inquebrantable

Mismo escarnio para cernir el agua de tu boca

El cierzo de un cabaret se inhala como músicas de campo

La entrepierna florida de mantras y objetos inanimados

Suena una cigarra en su inhóspito bolso de puta

Hay ruedas azabaches a modo de corcel comandados por cavernícolas

Ciento ochenta grados de placer

Canciones de cuna sin cigarro

No hay leche ni ajenjo

La noche volvió légamo su misterioso jugo

Retumban las querellas

Habla el padre de la puta

Y la pléyade espera su turno tarareando y estimulando

                 

Inocuo

Fue un destello capaz de ensordecer entre la oscuridad del recinto, de ese chapopote que lo abarcaba todo. Supe al verlo, que la estocada era imparable, que el destino había sido dictado hace tanto tiempo,  el inevitable acontecer de los sucesos no se vería alterado, más ese brillo en medio de la profunda lobreguez, designaba esperanza.

Días atrás Susana había desempolvado su vieja chaqueta de cuero, los estoperoles se apretujaban entre ellos para formar una figura inexistente, el polvo se adhería por todos los hombros; la sacudió un poco y la miró con fervor, unas lagrimas no tardaron en recordarle los buenos tiempos, el aire de rebeldía le regreso al semblante, desalineó su perfecta caballera finamente arreglada por años de salón,  tomó los viejos y roídos jeans, y saltó su pequeña figura entre esas botas que le habían hecho deambular en los años dorados,  aquellos que no desperdiciaba al son del cigarrillo y el redoble de la bataca, parecía un recuerdo doloroso, se avergonzaba entre memorias pensando en su actual status, imaginando el ridículo que le supondría ser ella de nuevo, mas el abrazador memento de los días le devolvieron la fe. Manejaba con sus discos llenos de rabia y disonancia, de gritos melindrosos y armonías precipitadas al carajo, se miraba en el retrovisor mientras las luces de las farolas pasaban con cadencia militar, se reconocía más joven, libre, esos lastres que llamaba presente y prejuicio, poco a poco se desvanecían de su endurecida mirada.  Llega al bar de antaño,  aquella esquina mugrienta que solía llamar hogar, donde semana a semana se perdía entre la juerga, la buena compañía, y el amargo sabor de la malta oscura, muchas caras conocidas aguardaban en la entrada, mas no parecían reconocer en su figura, la vieja Susie que reventaba la ciudad, como olvidar cuando incendió los locales en protesta por la guerra, cuando marchó desnuda seguida por una tremenda huelga de hambre ante el congreso, esa Susie quedó atrás, quedaron los años, quedo su tenor, ahora escondida entre un doctorado, pelo recogido y un complaciente esposo que la trata cual fina porcelana china, pero esa no es ella, es solo el producto final de su metamorfosis autoinculcada, esta noche Susie vuelve , se reencuentra con su vieja cuadrilla, sus camaradas recién retornaban de Guatemala, las barbas y el mal olor los acreditaban, habían luchado junto a la insurgencia, veían con cariño y recelo a Susana, como un extraño fetiche que ha escapado del hechicero, queriendo sacar los alfileres de sus cuencas.

Susana llega a casa el alcohol le corre por las venas,  la lluvia era tan fuerte que su pelo estaba de nuevo lacio, había dejado las viejas Martins en el porche de su casa y la mezclilla yacía sala adentro, pronto llegó Fernando, y  la arropó con una bella bata de seda italiana, la observó por un momento, como si la desconociese, pero con la apatía típica de su gran cartera, apartó la mirada y prosiguió navegando en su laptop, Susana caminó hacia el espejo, y se reconoció de nuevo, en ropas limpias, puras y alienantes, corrió a la cocina desesperada, regresó al baño, con un agudo filo, un bruñido juez que acabaría por fin con el remedo de coraza que le carcomía la vida, apuntó alto; a la cara, a desfigurar la burla en que se había convertido.

 

El destello en el baño oscuro, fue una luz esperanzadora, sanó las batallas perdidas en el interior de los lamentos, el espejo yacía quebrado, con la imagen distorsionada de una impávida mujer.

    Gustavo Vega Salas

Héctor Martín Moreno Dimas

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